Los mismos seres que se comunican se
designan, como lo dijimos, con el nombre de Espíritus o
genios y aseguran haber pertenecido, por lo menos
algunos, a hombres que vivieron sobre la Tierra.
Constituyen el mundo espiritual, como nosotros
constituimos, durante la vida, el mundo corporal.
Resumimos así, en pocas palabras, los puntos
más importantes de la doctrina que nos trasmitieron,
para responder más fácilmente a ciertas objeciones.
“Dios es eterno, inmutable, inmaterial, único,
todopoderoso, soberanamente justo y bueno.
Creó el Universo que comprende a todos los
seres animados e inanimados, materiales e inmateriales.
Los seres materiales constituyen el mundo
visible o corporal y los seres inmateriales el mundo
invisible o espírita, es decir, el de los Espíritus.
El mundo espírita es el mundo normal, primitivo,
eterno, preexistente y sobreviviente a todo.
El mundo corporal no pasa de ser secundario;
podría dejar de existir, o no haber existido jamás, sin
alterar la esencia del mundo espírita.
Los Espíritus revisten, temporalmente, una
envoltura material perecedera, cuya destrucción, por
la muerte, los vuelve libres.
Entre las diferentes especies de seres
corpóreos, Dios escogió la especie humana para la
encarnación de los Espíritus que alcanzaron un cierto
grado de desarrollo, lo cual les da la superioridad moral
e intelectual sobre todos los otros.
El alma es un Espíritu encarnado, cuyo cuerpo
es sólo una envoltura.
Tres cosas existen en el hombre: Primera, el
cuerpo o ser material análogo al de los animales y
animado por el mismo principio vital; Segunda, el alma
o ser inmaterial, Espíritu encarnado en el cuerpo;
Tercera, el lazo que une el alma al cuerpo, principio
intermedio entre la materia y el Espíritu.
Así, pues, el hombre tiene dos naturalezas: por
el cuerpo, participa de la naturaleza de los animales, de
los cuales tiene el instinto; y por el alma, participa de la
naturaleza de los Espíritus.
El lazo o periespíritu que une el cuerpo y el
Espíritu es una especie de envoltura semimaterial. La
muerte es la destrucción de la envoltura más grosera,
el Espíritu conserva la segunda, que constituye para él
un cuerpo etéreo, invisible para nosotros en estado
normal, pero que puede, accidentalmente, hacerse
visible y hasta tangible, como ocurre en el fenómeno
de las apariciones.
Así, pues, el Espíritu no es un ser abstracto,
indefinido, que solo el pensamiento puede concebir;
es un ser real, circunscrito, que en ciertos casos, es
apreciable por los sentidos de la vista, del oído y del
tacto.
Los Espíritus pertenecen a diferentes clases y
no son iguales ni en poder, ni en inteligencia, ni en
*El libro de los Espíritus - Allan Kardec - Introducción, VI. saber, ni en los Espíritus superiores,
que se distinguen de los demás por su
perfección, sus conocimientos y su proximidad a Dios,
la pureza de sus sentimientos y su amor al bien; son
los ángeles o Espíritus puros. Las otras clases se alejan
más y más de esa perfección; los de las clases inferiores
están inclinados a la mayor parte de nuestras pasiones:
al odio, la envidia, los celos, el orgullo, etc.; y se
complacen en el mal. Entre ellos, los hay que no son ni
muy buenos ni muy malos, más embrollones e
inoportunos que malos, la malicia y las inconsecuencias
parecen ser su diversión: son los Espíritus traviesos o
ligeros.
Los Espíritus no pertenecen perpetuamente al
mismo orden. Todos progresan, pasando por los
diferentes grados de la jerarquía espírita.
Este progreso ocurre por medio de la
encarnación, que es impuesta a unos como expiación y
a otros como misión. La vida material es una prueba
que deben soportar repetidas veces, hasta que hayan
alcanzado la perfección absoluta. Es una especie de
examen severo o depuratorio, de donde salen más o
menos purificados.
Dejando el cuerpo, el alma vuelve al mundo de
los Espíritus, de donde había salido, para tomar una
nueva existencia material, después de un lapso de
tiempo más o menos largo, durante el cual permanece
en estado de Espíritu errante.
Debiendo pasar el Espíritu por varias
encarnaciones, resulta de eso que todos tuvimos
diversas existencias y que tendremos aún otras, más o
menos perfeccionadas, bien sea sobre la Tierra, o en
otros mundos.
La encarnación de los Espíritus ocurre siempre
en la especie humana y sería un error creer que el
alma o Espíritu pueda encarnarse en el cuerpo de un
animal (1).
Las diferentes existencias corporales del Espíritu
siempre son progresivas y jamás retrógradas; pero la
rapidez del progreso depende de los esfuerzos que
hacemos para alcanzar la perfección.
Las cualidades del alma son las mismas que las
del Espíritu que está encarnado en nosotros; así, el
hombre de bien es la encarnación de un Espíritu bueno,
y el hombre perverso la de un Espíritu impuro.
El alma tenía su individualidad antes de la
encarnación y la conserva después de su separación
del cuerpo.
A su regreso al mundo de los Espíritus, el alma
encuentra allí a todos aquellos que conoció sobre la
Tierra, y todas sus existencias anteriores se retratan en
su memoria con el recuerdo de todo el bien y de todo el
mal que hizo.
El Espíritu encarnado está bajo la influencia de
la materia; el hombre que supera esa influencia por la
elevación y purificación de su alma, se aproxima a los
Espíritus buenos con los cuales estará un día. Aquel
que se deja dominar por las malas pasiones y cifra toda
su alegría en la satisfacción de los apetitos groseros,
se aproxima a los Espíritus impuros, dando
preponderancia a la naturaleza animal.
Los Espíritus encarnados pueblan los diferentes
globos del Universo.
Los Espíritus no encarnados o errantes no
ocupan una región determinada y circunscrita, sino
que están en todas partes, en el espacio y a nuestro
lado, viéndonos y codeándose incesantemente con
nosotros; es toda una población invisible que se agita
a nuestro alrededor.
Los Espíritus ejercen, sobre el mundo moral eActúan sobre la materia y sobre el pensamiento, y
constituyen una de las potencias de la Naturaleza, causa
eficiente de una multitud de fenómenos inexplicados o
mal explicados hasta ahora, y que sólo encuentran una
solución racional en el Espiritismo.
Las relaciones de los Espíritus con los hombres
son constantes. Los Espíritus buenos nos incitan al
bien, nos sustentan en las pruebas de la vida y nos
ayudan a soportarlas con valor y resignación; los malos
nos incitan al mal: y les es placentero vernos sucumbir
y equipararnos a ellos.
Las comunicaciones de los Espíritus con los
hombres son ocultas u ostensibles. Las ocultas ocurren
por la buena o mala influencia que ejercen sobre
nosotros sin que lo sepamos; corresponde a nuestro
juicio discernir las buenas y las malas inspiraciones.
Las comunicaciones ostensibles se verifican por medio
de la escritura, de la palabra, o de otras manifestaciones
materiales, y lo más frecuente a través de los médiums
que le sirven de instrumento.
Los Espíritus se manifiestan espontáneamente
o por evocación. Se pueden evocar a todos los
Espíritus, lo mismo a los que animaron a hombres
obscuros, como a los de los más ilustres personajes,
cualquiera que sea la época en la que hayan vivido; así
los de nuestros parientes y amigos como a los de
nuestros enemigos, y obtener en comunicaciones
escritas o verbales, consejos, informaciones sobre su
situación en el más allá, de sus pensamientos respecto
a nosotros, así como las revelaciones que les son
permitidas hacernos.
Los Espíritus son atraídos en razón de su
simpatía por la naturaleza moral del medio que los evoca.
Los Espíritus superiores se alegran en las reuniones
serias donde prevalece el amor al bien y el deseo sincero
de instruirse y mejorarse. Su presencia ahuyenta a los
Espíritus inferiores que encuentran, por el contrario,
libre acceso y pueden actuar con toda libertad entre
las personas frívolas o guiadas tan solo por la
curiosidad y donde quiera que encuentren malos
instintos. Lejos de obtener de ellos buenas
advertencias o enseñanzas útiles, pues no se deben
esperar sino futilidades, mentiras, bromas pesadas o
mistificaciones, porque con frecuencia usurpan
nombres venerables para mejor inducir en el error.
Es sumamente fácil distinguir los Espíritus
buenos de los malos. Pues, el leguaje de los Espíritus
superiores es constantemente digno, noble, inspirado
por la más alta moralidad, libre de toda pasión inferior;
sus consejos exaltan la más pura sabiduría, y tienen
siempre como objetivo nuestro progreso y el bien de la
Humanidad. El de los Espíritus inferiores es, por el
contrario, inconsecuente, con frecuencia trivial y hasta
grosero; si dicen a veces cosas buenas y verdaderas;
con más frecuencia las dicen falsas y absurdas por
malicia o por ignorancia. Se divierten con la credulidad
y se distraen a expensas de los que los interrogan,
alardeando de su vanidad, alimentando sus deseos con
falsas esperanzas. En resumen, las comunicaciones
serias, en la total acepción de la palabra, sólo se
obtienen en los centros serios, en aquellos cuyos
miembros están unidos por una comunión de
pensamientos para el bien.
La moral de los Espíritus superiores se resume,
como la de Cristo, en esta máxima evangélica: “Hacer a
los demás lo que quisiéramos que a nosotros se nos
hiciese”; es decir, hacer el bien y no el mal. En este
principio encuentra el hombre la regla universal de
conducta, hasta para sus menores acciones.
Nos enseñan que el egoísmo, el orgullo, y la
sensualidad, son pasiones que nos aproximan a la
naturaleza animal y nos prenden a la materia; que el
hombre que, desde este mundo, se desprende de la
materia despreciando las futilidades mundanas y
practicando el amor al prójimo, se aproxima a la
naturaleza espiritual; que cada uno de nosotros debe
ser útil con arreglo a las facultades y a los medios queDios, para probarle, ha puesto en sus manos; que el
Fuerte y el Poderoso deben apoyo y protección al Débil,
porque el que abusa de su fuerza y de su poder, para
oprimir a su semejante, viola la ley de Dios. Enseñan,
en fin, que en el mundo de los Espíritus, donde nada
puede ocultarse, el hipócrita será desenmascarado y
todas sus torpezas descubiertas; que la presencia
inevitable y perenne de aquellos con quienes nos
hemos portado mal, es uno de los castigos que nos
están reservados y que al estado de inferioridad y de
superioridad de los Espíritus son inherentes penas y
goces desconocidos en la Tierra.
Pero nos enseñan también que no hay faltas
irremisibles, y que no puedan ser borradas por la
expiación. En las diferentes existencias, encuentra el
hombre el medio que le permite avanzar, según sus
deseos y sus esfuerzos, en la senda del progreso y
hacia la perfección que es su objetivo final”.
Este es el resumen de la Doctrina Espírita, según
resulta de la enseñanza dada por los Espíritus
superiores. Veamos ahora las objeciones que se le
incluso sobre el mundo físico, una acción incesante.
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